Tierra de Frontera (s VIII-XI)

Pero el cambio radical vendría del sur. Al ser invadida la península Ibérica por los musulmanes, 711, se apreció la debilidad del estado visigodo, que desapareció estrepitosamente. Los hispanogodos, aunque en principio pudieron mantener sus costumbres y religión, con el tiempo se vieron presionados para adoptar las musulmanas, y una gran parte de la población lo hizo, igual que había ocurrido anteriormente con los romanos y, en menor medida, con los visigodos.

            Surgieron, sin embargo, núcleos que se opusieron a la islamización y partiendo del norte, hábitat poco propicio para los nuevos conquistadores, fueron poco a poco ampliando su territorio.

            Esta zona seguiría habitada, pero a medida que los reyes asturleoneses se atrevían a llegar más al sur, obteniendo un botín cuantioso, parte de los habitantes de origen hispano abandonaban sus poblaciones para unirse a los grupos combatientes. La oposición entre dos culturas iba a mantenerse largo tiempo, convirtiendo amplias zonas en territorios prácticamente deshabitados.

            De tal forma variaría la población que su nombre, su primer nombre histórico, es Castromoros, es decir, una fortaleza militar musulmana, en la que convivirían también elementos no islámicos.

            A partir del 883, cuando Alfonso III conquista y probablemente refortifica este lugar, la frontera entre estas dos culturas va a asentarse en el Duero durante dos siglos. La repoblación de San Esteban en 912 por Gonzalo Fernández, al tiempo que otras plazas fronterizas en el Duero, aunque es básicamente militar, supone un duro golpe al emirato cordobés, porque núcleos tan importantes como Medinaceli, Atienza e, incluso, Toledo, quedan amenazados ante el empuje de la zona norteña, que durante los siglos precedentes ha estado creciendo económica y demográficamente, posibilitando así la expansión territorial.

            La etapa fronteriza se va a caracterizar por continuas ofensivas musulmanas que, partiendo de Medinaceli, se abrirán paso por el valle del Duero hasta objetivos prefijados. Acabada la campaña victoriosamente las tropas regresarán a sus puntos de partida con cuantioso botín -joyas, víveres, ganado- y prisioneros, dejando tras sí talados los campos. Así sucederá en San Esteban tras las razzias de 920, 934, 940, 941, 963, 964, 975, 979, 989-990, 994, entre otras. En contadas ocasiones retendrán en su poder la fortaleza (934-938, 994-1011 y 1029-1054).

            Cuando son los castellanos los vencedores -en 917, 919, 938, 955, 978; y a alguna de estas fechas deberemos unir el legendario episodio del Vado del Cascajar, que ha dado lugar a tantas obras literarias-, los daños ocasionados son paliados por la captura de botín y prisioneros musulmanes.

De todas formas la precaria situación en que queda la zona -cosechas asoladas, población decreciente, murallas y viviendas arrasadas, disminución de ganados-, contrasta con la obstinación de los condes castellanos en volver a ocuparla, nada más retirarse las tropas enemigas, y comenzar de nuevo su reconstrucción y aprovechamiento económico. Por eso no extraña, en este tiempo, la utilización continua de sillares de periodos anteriores para las edificaciones que una y otra vez debían levantar.

            Esta obstinación castellana por las fronteras naturales obligó a los árabes a reconstruir, aguas arriba del Duero, la imponente fortaleza califal de Gormaz en 965, cuya figura, visible en día claro desde San Esteban, nada agradable recordaría.

            La desintegración del califato Omeya, 1009, en guerras intestinas, será aprovechada por el Conde Sancho para que le sean devueltas numerosas plazas en el Duero. La posesión del territorio y las fortalezas sanestebeñas por parte de los musulmanes debe finalizar en 1011.  Gormaz volverá a perderse en 1029 para ser recuperado definitivamente en 1054, aunque no por el Cid, como se ha escrito tantas veces, que entonces era un niño.

            Desde este momento la expansión castellana hasta el Tajo va a ser fulminante, iniciándose una repoblación intensa en el valle del Duero.

            Durante el periodo fronterizo, la población, fundamentalmente militar, amparada tras los muros, viviría prioritariamente de la ganadería -puede salvarse ante los ataques; no olvidemos el sistema de comunicación óptica establecido en la línea de atalayas del Duero, que servía para prevenir ataques y solicitar ayuda, pero también para que habitantes y bienes intentaran ponerse a salvo-. Además, se cultivarían campos, muy cercanos a la localidad, aunque las continuas acometidas musulmanas obligarían a abastecerse de territorios más protegidos.

            A partir de 1054 San Esteban vive una repoblación sistemática. Emigrantes norteños se establecen en ella y reciben tierras para cultivar, conviviendo con personas de otras religiones y razas.

            La ciudad de San Esteban, y así la llamamos porque nos consta documentalmente el título, recibiría con toda seguridad un fuero real para regular su repoblación, aprovechamiento y organización -ya en 1068 funciona como Concejo-. A nivel interno es la asamblea concejil, con participación de todos los vecinos varones, quien elige los cargos necesarios para el buen funcionamiento de la comunidad -juez, alcaldes, jurados, escribanos, fieles...-.                       

            Con el mismo fuero se rige su alfoz, es decir, el conjunto de lugares y aldeas dependientes de San Esteban -por ejemplo, Morcuera-, y también otros concejos independientes, pero subordinados de hecho, como Alcozar. Los terrenos comunales de todo el alfoz pueden ser utilizados por todos los vecinos. Su aportación a la economía de la zona será básica durante mucho tiempo, especialmente para la ganadería.

            Este uso colectivo de los bienes comunales se extiende, además, a los alfoces de Osma y Gormaz que, junto al de San Esteban, constituyen las Tres Casas de La Olmeda, formando una sola comunidad en cuestiones de pasto y madera, gracias a un privilegio de Fernán González, confirmado por sus sucesores.

            En el aspecto artístico, al tiempo que el Cid va camino del destierro, 1081, se construye en San Esteban una joya románica inigualable en su primitivismo y belleza, San Miguel, iniciando la serie de iglesias con galería porticada, que se extendería por la zona. Poco después se edifica Santa María del Rivero, más suntuosa y esbelta. También de fines de este siglo es la iglesia del monasterio benito de San Esteban, sin galería, pero de notable factura. Otros dos monasterios existen en este tiempo, Santa María, de monjas, y San Martín, de monjes, ambos de la orden benedictina.

Texto extraído de "Síntesis Histórica de San Esteban de Gormaz" de Félix García Palomar.

                                         Soria Hogar y Pueblo. Extra de Fiestas, 8-IX-88, pp. 9-13.

 

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